Quimioterapia, el comienzo de la batalla contra el cancer.
Saludos, hoy quiero continuar compartiendo mi historia de lucha contra el cáncer de seno.
Una vez tienes los resultados positivos, debes buscar a un hematólogo- oncólogo para trazar el tratamiento a seguir. Algunas pacientes reciben quimioterapia y radioterapia, en mi caso la doctora Jiménez me recomendó quimioterapia. Como es natural, busqué una segunda opinión (cosa que recomiendo ampliamente). Acudí al Centro de Cáncer de Auxilio Mutuo y me atendieron como una reina y las recomendaciones de tratamiento del doctor Perdomo fueron exactamente las mismas que me hizo la Dra. Jiménez. Así que decidí atenderme con la Dra. Jiménez.
Fue un proceso un poco desesperante, porque mi doctora es muy metódica ella procede “ by the book”,y yo quería empezar con mi tratamiento lo antes posible. Cuando te dicen que tienes cáncer, todo el tiempo recuerdas que tienes una enfermedad mortal. Así que luego de realizarme varios (muchos) estudios y laboratorios. Me citó en su oficina para explicarme en qué consistía el tratamiento, el tiempo de duración y cuáles eran los posibles y tan temidos efectos secundarios.
Les cuento que la noche antes de comenzar mi tratamiento me dio un tremendo “nervous breakdown” y lloré y lloré por horas. El miedo se apoderó de mí. Miedo a lo que sentiría, miedo al dolor físico. Y es normal, sentir temor es totalmente normal. Y si quiere llorar… ¡llore! no hay nada de malo en eso. Recuerdo que mi esposo se quedó abrazado a mí por casi dos horas y solamente me decía: “todo va a estar bien”.
Bueno y llego el gran día. Luego de tomar todos los medicamentos pre-quimio, las pacientes pasamos de dos en dos al cuartito de las quimios donde hay dos sillas reclinables y pues, por vía intravenosa recibimos nuestro medicamento. Yo nunca me aprendí los nombres de lo que me ponían. Solamente sé que una de ellas era la llamada “colorá”, un líquido rojo que supuestamente es la más fuerte. Para mi sorpresa, salí de allí como si nada. ¡Ah! pero cuando llegué a mi casita la historia fue diferente. Yo creo que me dieron todos, absolutamente todos los efectos secundarios de los que me habló mi doctora. Las náuseas, los vómitos, la sensibilidad a la luz, vértigo, dolor en cada centímetro de mi cuerpo (y mire que mi cuerpo es grande).Ya les digo, todos.
Ese día, siguiendo las recomendaciones de otras pacientes para evitar la caída del cabello (ya saben que en una sala de espera la ley HIPA es desconocida y nos contamos todo) llegué a mi casa y preparé 3 bolsas con hielo y me las puse en mi cabeza, amarradas con una cinta rosa intenso de lo más “fashion” y así pase todo el fin de semana. Este ciclo de quimioterapias lo tenía que repetir cada veintiún días.
Por un corto tiempo pensé que el asunto del hielo en la cabeza había funcionado. ¡Mi cabello seguía en mi cabeza! Pero todo cambio luego de mi segunda quimioterapia, un día me acosté con mi pelo y a la mañana siguiente el 90% de mi cabello estaba en mi almohada. Inmediatamente me puse una gorra para que mis hijas no lo notaran. Pero una vez se fueron para la escuela le pedí a mi esposo que me “pasara la maquina” y me quitara los pocos mechones de pelo que me quedaban. Y como mi esposito es súper solidario también se afeitó la cabeza. ¡Qué lindo! ¿verdad?
Para mis hijas fue un momento muy duro, creo que fue el instante en que de verdad pensaron en la seriedad de la enfermedad.
El asunto de estar sin cabello, en realidad te ofrece todo un mundo de opciones en looks para tu diario vivir. Usaba pañuelos, gorras y una peluca que se veía tan natural que todo el mundo pensaba que era mi pelo. Pero, ¡todo me daba calor! y con el tiempo le tome cariño a mi cabeza pelona. Y me sentía tan cómoda, que llegó el momento en que ya no usaba nada. Quien no me quisiera ver sin pelo, pues que mirara para otro lado. A mí me encantaba ponerme unas pantallas bien llamativas, maquillarme y salir “coco pelá” a hacer mis cosas.
Hablando de maquillaje no todo era color de rosa. Con la caída del cabello también perdí gran parte de mis cejas y mis pestañas. ¡qué horror! No tienen idea de la odisea que pasaba pintando mis cejas. Unos días me quedaban bastante bien, otros días parecía la hermana de Ronald Mc Donald y otros días me quedaban como las de María Félix. Aun así, siempre salía con mi delineador de ojos y mis labios pintados. Destruida… ¡jamás!